A lo largo de los años, cuando los padres me consultaban sobre un buen colegio para sus hijos que no fuera confesional ni bilingüe, siempre les sugería que visitasen a Constantino Carvallo en el colegio Los Reyes Rojos.
Me resultaba fascinante ver cómo un pensador que desarrolló una filosofía educativa humanista con enorme proyección social había sido capaz de crear una institución que encarnase sus valores y propuestas con tan alto contenido ético y educativo.
No dejaba de sorprenderme la elevada autoestima y solvencia social de sus ex alumnos cada vez que los entrevistaba para un medio de comunicación o como candidatos para algún empleo. Sentí una enorme admiración por él y su obra cuando escuché lo que hacía por los jugadores juveniles del Alianza Lima y los niños pobres de Chincha.
Disfrutaba de la lectura de sus columnas periodísticas, pues articulaba con precisión los temas educativos, culturales y políticos. Me encantaba verlo aparecer en la televisión porque sabía que siempre escucharía de él una versión no convencional de los temas en debate.
En los últimos 6 años nos sentamos juntos infinidad de veces en el Consejo Nacional de Educación, donde sus intervenciones evidenciaban su profundo saber educativo, agudeza intelectual, visión de país, preocupación por el derecho de los niños a estudiar en escuelas amigables y el de los maestros de ser respetados y atendidos en sus necesidades vitales para poder desempeñarse a la altura de las exigencias de la profesión.
Estando la educación peruana en un estado tan calamitoso era imposible que alguien como él no protestara en cada intervención pública, reclamando mayor atención y coherencia por parte de presidentes, ministros y funcionarios.
El Ministerio de Educación le ha otorgado póstumamente las Palmas Magisteriales en el grado de Amauta, convirtiendo en reconocimiento oficial las palmas que la opinión pública depositó desde hace tiempo en manos de Constantino. Sin embargo, me atrevo a afirmar que él gustoso le brindaría las Palmas Magisteriales en grado Supremo al gobierno si es que éste, inspirado en la valoración de su obra y persona, se mostrase decidido a apostar por la infancia, colocándola a la cabeza de las prioridades del gobierno.
Con eso el gobierno pasaría del reconocimiento formal de su obra a la traducción en hechos concretos.
El Perú perdió esta semana a uno de sus referentes intelectuales más lúcidos, agudos, honestos y brillantes de su generación. Sentiré mucho su ausencia. Descansa en paz, amigo Constantino.
miércoles, 10 de septiembre de 2008
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